Hacía 42 años que el Atlético Madrid no se coronaba en Europa, 14 años pasaron desde el último título. En Hamburgo, ante el Fulham, por fin rompió el malefició, acabó con esa reputación que le persigue desde tiempos inmemoriales.
Los rojiblancos comenzaron en plan campeón, teniendo ocasiones de sobra para sentenciar la final. Forlán, siempre protagonista. El uruguayo lo intentó de todas las formas, un palo incluido, hasta que un remate en semifallo de Agüero le dejó el balón al uruguayo. El cacha no falló y adelantó a los suyos.
Pero el Atlético no puede ganar fácil, necesita el sufrimiento. A los pocos minutos empató Davies tras una larga jugada. A partir de ahí, los de Quique le perdieron el pulso al partido, tuvieron miedo de perder ante un rival supuestamente inferior. Y comenzaron los fallos en defensa, el descontrol en el centro del campo y la soledad de los puntas.
Quique metió el bisturí y se cargó a los dos extremos titulares, Simao y Reyes, para darle más velocidad al ataque con la presencia de Jurado y Salvio. El primero sí ejerció de revulsivo, no así el segundo, que desaprovechó una magnífica ocasión para demostrar que es un buen futbolista.
Jurado le dio profundidad al equipo y eso pareció despertar a los rojiblancos, que de nuevo atacaron la portería del Fulham. Hasta que a falta de cinco minutos para llegar a los penaltis, Agüero agarró la bola, miró a su defensa y se la puso a Forlán en el pie. Un leve toque y gol. El gol que vale un título, el gol que le coloca en los altares de la afición rojiblanca.